Pájaros a punto de volar

Pájaros a punto de volar
"[...]ardiente, impaciente, cautiva sólo de sí misma, ella era un pájaro a punto de volar" (Patricia Highsmith)

lunes, 29 de noviembre de 2010

Cosas simples

Quién sabe cuántas mujeres más sufrían por su causa. Yo sabía de una, luego, supe de otra, después, de otra más. De todas ellas sólo la primera sabía de mí. Lo supe por cómo me miraba. En su mirada comprendí el valor del sufrimiento solitario, puesto que compartir hasta eso, el sufrimiento, sólo hacía que el dolor fuera más intenso.

viernes, 26 de noviembre de 2010

Causa y efecto



El hombre también pierde cuando se le desnuda —y se desenfunda su espada de roca—, no la honra ni la virginidad que en él poco importan; pierde algo más valioso, atribuible a la beldad tallada de su cuerpo, a las esquinas curvas, hábiles, de sus ojos seduciendo; pierde la razón más grande y más hermosa por la que hemos decidido iniciar el ritual que nos lleve a poseerlo, asaltadas por el pensamiento sucio y lascivo del deseo. El hombre también pierde al permitir que sean nuestras manos quienes lo despojen de los molestos harapos que lleva puestos. Sí, el hombre desnudo pierde la fuerza abrasadora de la lepra infame que nos desgarra el corazón por dentro: la belleza reveladora de su misterio.
25/11/10

Paradoja

Hubo algunos tipos que, conociendo mi oficio, sólo se acostaron conmigo para que escribiera algo sobre ellos. Yo, por mi parte, me acosté con otros sólo para poder escribir acerca de ellos. De los primeros es obvio que no escribí una sola palabra, aunque me entregaran, noche a noche, todo lo que deseara. De los segundos escribí cuanto pude, a pesar de que ellos no supieran nada, puesto que tras la respectiva la lascivia consumada, jamás en mi vida volví a verlos.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Impostor

Como a un trofeo quieto sobre su pedestal, lo observo con el orgulloso embeleso de quien mira el páramo enrojecido por la sangre húmeda que vertió el cuerpo desmembrado de su enemigo.
Su carne desnuda, envuelta en mis sábanas, suda gotas de luz, y exhala con fuerza aún el turbio aroma del trabajador que la jornada, día a día, acaba.

Estoico, inmóvil, yaciente, me da la sensación de ser un ente inanimado, hecho únicamente para el deseo, la soledad y el consuelo: un objeto sin nombre, sin edad ni sexo; existente sólo como un medio. Sin embargo tiene la capacidad para hacerme recordar todo, lo que no es: todo.

Frente a él, ya limpia de sus besos —cruel—, fumo, bebo, recuerdo y comienzo a dudar de su carácter de trofeo, de haber ganado esta noche la batalla por haber saciado mi hambre —sed de hombre— con su cuerpo, sólo por tenerlo aquí, recostado, aniquilado: mío, sin más reparo.

Dudo pero siento, recordando en presente, la belleza de dar muerte a alguien que no es, en esencia, pero que representa: carne joven, tibia, complaciente; y que hace ante mis ojos de la noche el páramo que se oscurece, cuando la sangre del enemigo en él vertida, cede: deja de ser río y se convierte en cauce; para tras un instantáneo letargo, rendida, al fin, secarse.

Noviembre 2010