Pájaros a punto de volar

Pájaros a punto de volar
"[...]ardiente, impaciente, cautiva sólo de sí misma, ella era un pájaro a punto de volar" (Patricia Highsmith)

lunes, 22 de agosto de 2011

Acerca de mí

HISTORIA DE MI VIDA EN FRAGMENTOS

I

Arrastré a mi nana o su cadáver, aún vivo, en una silla de ruedas por la calle, sus huesos me pesaban como un mausoleo de rocas colosales, yo le decía que quizá el sol pudiera curarle, yo no sabía que ella tenía ya un sol en la sangre; miré a lo que alguna vez fue mi sombra, un perro comido por el cáncer, mirarme de forma inquisidora, mientras lo colocaban en una plancha para suministrarle un par de inyecciones letales —no le sostuve el cuerpo pero sí la mirada—. He visto al viejo, sabio, ermitaño que, en más de una ocasión me hecho quebrarme, llorar su soledad por las tardes; clamar en silencio a quien no viene a buscarle —¿quién busca a quien en este juego interminable?—.

[22VIII11]

miércoles, 17 de agosto de 2011

Reciclando escritos: Jaula de cristal, Fragmento

Para los padres y para los otros, no importa quienes sean, es fácil decir lo que uno tiene que hacer (a veces somos nosotros mismos ese alguien a quien se le hace fácil decir al otro qué hacer). Y es que existe en el ser humano una confiada facilidad para decir cosas, por falsas, dolorosas, inciertas, e incluso incómodas, que estas sean. A todos nos gusta hablar, a todos nos gusta decir. Contar más que escuchar. Opinar más que callar. Es como si diéramos por entendido que cuando los otros se acercan a contarnos sus historias nos otorgaran a ese tiempo la licencia –porque para hablar debería existir una- para opinar o juzgar. Y no es así. Hablamos por necesidad, por desesperación, y contestamos, opinamos y juzgamos por soberbia. El que habla y cuenta es un necesitado, un desesperado que precisa escucharse a sí mismo, pero es incapaz de ello y, así, va y busca un ser –vivo o no- ante el cual desdoblarse. Es por eso que, para ir quitándole gradualmente la licencia que él mismo se había otorgado, contaba pocas cosas a mi padre: las fundamentales; pero de alguna u otra forma él se enteraba y opinaba y juzgaba. Ésa era la razón de nuestras discusiones.

[Noviembre, 2009]

miércoles, 10 de agosto de 2011

Las últimas tardes de Julio

1

Ha comenzado a llover. Las ramas del árbol próximo a la ventana en la habitación del tercer piso golpean con fuerza. Su ruido se confunde con la lluvia, casi tormenta. Permanecemos callados, atentos al ruido del cristal. Las gotas se solidifican y de pronto son piedras. Así suelen ser las últimas tardes de Julio: desapacibles, por fuera. Cuando yacemos así, con el cuerpo caliente y desnudo, pienso que él y yo somos también un par de gotas, seminales uniéndose para crear un mundo, me parece que este instante es el inicio del mundo, su centro; aunque a veces también somos rocas, rompemos en el abismo, golpeamos cristales. Nos besamos y nos hacemos parte, aún más, el uno del otro, de las aguas marítimas que navegaban nuestros cuerpos. Sonreímos. Estamos desnudos. En el aire se evapora la saliva. Él me mira con sus ojos de ámbar. La tarde es ya una tormenta eléctrica.

Siete vidas

El gato se sostiene
sobre una cuerda floja.
El aire grita que va a caer.
El gato apoya sus tres pies.
Camina...
En sus ojos coagula
la quietud de la luna.
—Nadie los mira—
El gato es negro.
El gato es pardo.
El gato negro pardo
se eriza, no languidece.

Si el gato
cae

y no es cierto que tiene
siete vidas,
las inventará.

***