Pájaros a punto de volar

Pájaros a punto de volar
"[...]ardiente, impaciente, cautiva sólo de sí misma, ella era un pájaro a punto de volar" (Patricia Highsmith)

jueves, 8 de diciembre de 2011

martes, 22 de noviembre de 2011

Hace mucho que

Empiezo a ver en este blog uno de esos cuadernos que se cierran para no volver se a abrir, no porque lo que ahí se ha escrito no sea valioso sino porque pertenece a un pasado que va quedándose cada vez más en el tiempo, cada vez más lejos, atrás. La ausencia de entradas significa una ausencia en la escritura. Una época donde ha predominado un silencio interior, cuando todo afuera es ruido, ha sido ruido. Ya no quiero callar, pero la que habla ahora es otra... y desde esa otra habría que comenzar a contar.


lunes, 3 de octubre de 2011

Covereando

Desde el Frente

II

Si al leer el periódico
me atreviera a sentir.
Si la tinta goteara
su luto en mi piel
desde la letra.
Si las moscas de ayer,
que en sibarita unción
libaron con sus trompas
el fermento agridulce
de los muertos,
volaran de la foto
hasta mi mesa.
Si cubrieran, sedientas,
la taza de café
o mancharan
mi bata de chifón
con partículas secas.
Si la palabra fuera.
Si el símbolo encarnara
y se hiciera visible
en el rojo mantel
-de inmaculados blancos-.
Si lograra pensar.
Si leyera entendiendo
las noticias,
en cada desayuno
sangraría.

Jaya Cotic




jueves, 29 de septiembre de 2011

Alguna vez tuve un sueño

Crecer, quizá nunca llegamos a entender el significado exacto de esa palabra, porque poco importan lo significados exactos si no es a los obsesos de ellos; es decir, no llegamos a atinar cuáles son los rasgos que hacen diferente a esa palabra de las otras y que, por tanto, la hacen única: crecer, ¿desarrollarse?, ¿madurar? Tal vez la conjuncion de ambas, el desarrollo como apelativo de un estado físico, la maduración, del mental. Crecer es desarrollarse y madurar a la par del desarrollo. Eso, cuando uno ha pensado toda la vida que crecer es sólo dejarse llevar, el estado intermedio entre nacer y morir, y por tanto, nada que nos competa directamente, algo que está más allá de nosotros.

lunes, 22 de agosto de 2011

Acerca de mí

HISTORIA DE MI VIDA EN FRAGMENTOS

I

Arrastré a mi nana o su cadáver, aún vivo, en una silla de ruedas por la calle, sus huesos me pesaban como un mausoleo de rocas colosales, yo le decía que quizá el sol pudiera curarle, yo no sabía que ella tenía ya un sol en la sangre; miré a lo que alguna vez fue mi sombra, un perro comido por el cáncer, mirarme de forma inquisidora, mientras lo colocaban en una plancha para suministrarle un par de inyecciones letales —no le sostuve el cuerpo pero sí la mirada—. He visto al viejo, sabio, ermitaño que, en más de una ocasión me hecho quebrarme, llorar su soledad por las tardes; clamar en silencio a quien no viene a buscarle —¿quién busca a quien en este juego interminable?—.

[22VIII11]

miércoles, 17 de agosto de 2011

Reciclando escritos: Jaula de cristal, Fragmento

Para los padres y para los otros, no importa quienes sean, es fácil decir lo que uno tiene que hacer (a veces somos nosotros mismos ese alguien a quien se le hace fácil decir al otro qué hacer). Y es que existe en el ser humano una confiada facilidad para decir cosas, por falsas, dolorosas, inciertas, e incluso incómodas, que estas sean. A todos nos gusta hablar, a todos nos gusta decir. Contar más que escuchar. Opinar más que callar. Es como si diéramos por entendido que cuando los otros se acercan a contarnos sus historias nos otorgaran a ese tiempo la licencia –porque para hablar debería existir una- para opinar o juzgar. Y no es así. Hablamos por necesidad, por desesperación, y contestamos, opinamos y juzgamos por soberbia. El que habla y cuenta es un necesitado, un desesperado que precisa escucharse a sí mismo, pero es incapaz de ello y, así, va y busca un ser –vivo o no- ante el cual desdoblarse. Es por eso que, para ir quitándole gradualmente la licencia que él mismo se había otorgado, contaba pocas cosas a mi padre: las fundamentales; pero de alguna u otra forma él se enteraba y opinaba y juzgaba. Ésa era la razón de nuestras discusiones.

[Noviembre, 2009]

miércoles, 10 de agosto de 2011

Las últimas tardes de Julio

1

Ha comenzado a llover. Las ramas del árbol próximo a la ventana en la habitación del tercer piso golpean con fuerza. Su ruido se confunde con la lluvia, casi tormenta. Permanecemos callados, atentos al ruido del cristal. Las gotas se solidifican y de pronto son piedras. Así suelen ser las últimas tardes de Julio: desapacibles, por fuera. Cuando yacemos así, con el cuerpo caliente y desnudo, pienso que él y yo somos también un par de gotas, seminales uniéndose para crear un mundo, me parece que este instante es el inicio del mundo, su centro; aunque a veces también somos rocas, rompemos en el abismo, golpeamos cristales. Nos besamos y nos hacemos parte, aún más, el uno del otro, de las aguas marítimas que navegaban nuestros cuerpos. Sonreímos. Estamos desnudos. En el aire se evapora la saliva. Él me mira con sus ojos de ámbar. La tarde es ya una tormenta eléctrica.

Siete vidas

El gato se sostiene
sobre una cuerda floja.
El aire grita que va a caer.
El gato apoya sus tres pies.
Camina...
En sus ojos coagula
la quietud de la luna.
—Nadie los mira—
El gato es negro.
El gato es pardo.
El gato negro pardo
se eriza, no languidece.

Si el gato
cae

y no es cierto que tiene
siete vidas,
las inventará.

***

domingo, 24 de julio de 2011

Cosas del verano

El verano ha dejado de ser la fiesta que se auguraba en los viejos tiempos, aquellos en los que el idilio estudiantil interrumpía su ritmo para entregarnos a los brazos del ocio y la dejadez. El verano se ha anunciado este año como una sombra de lluvia, un encharcamiento del alma. Mis amigos ya no hablan de vacaciones, hablan de sus preocupaciones que crecen a diario, la juventud se nos escapa, desesperamos. Pienso en los viejos tiempos. Y no queda nada de ellos. Un deseo, apenas. Los días transcurren en el trabajo. El trabajo se automatiza. El romance no importa. Este verano, si algo importa es sobrevivir.

viernes, 22 de julio de 2011

lunes, 11 de julio de 2011

Adiós

Hace días comencé la mudanza. Empaqué en silencio viejas cosas. Tuve que doblarlas, destruirlas para hacerles lugar en la bolsa de plástico. Les auguré un paraíso, eso merecían. Viejas cosas que habían pasado de sus manos blancas a mis manos, habían estado aquí en la casa por años. También empaqué fotografías de cuando fuimos felices. Las miré con desgana y las eché a la maleta, también libros, los hice pedazos para que ocuparan menos espacio. Unas cosas sobre otras. Hice y empaqué de todo, pensando en nada, llorando un poco. Comencé la mudanza hace días, sin terminarla, y ha sido la lluvia quien hoy ha elegido qué hace falta echar en las maletas que llevaré pronto a la casa del olvido.

sábado, 30 de abril de 2011

La impersistencia de la memoria

Los afectos también se manifiestan en los objetos. De ahí el apego que guardamos a ciertas cosas: libros, películas, discos..., la lista podría ser infinita. Hace tiempo leí que a través de los obsequios, los amantes buscan prolongar su presencia en la vida del amado; así, el sentido simbólico de los objetos establece un lazo recíproco entre ambos puntos del intercambio. Descuidar el objeto es descuidar el afecto (destruir el objeto es también destruir, o al menos tratar de, al afecto). Podría ser una exageración pero así se siente, como el cuidado en objetividad al tributo sentimental que uno rinde a cierta persona, o bien, que alguien nos rinde. Los afectos son estrictos. En eso consiste lo complejo del asunto, cuando los objetos, igual que los afectos, se desgastan por el ambiente, el uso, o la circunstancia, hay que mirar, entonces, hacia adentro; hay que renovar el vínculo, en caso de que sea posible aunque en la mayoria no lo es [la interrupción abrupta de este escrito se debe a un ataque de histeria en la autora, ya disculpará usted, pero el ardor la dejó manca más que afónica, quizá después continuará...].



domingo, 24 de abril de 2011

Yo sólo sé que debo quedarme en casa

El cuerpo también recuerda, y es quien se resiste, con mayor fuerza, a olvidar. Hace más de un año que escribí esa frase, y curiosamente conservo intacta la razón por la cual lo hice. Lo afirmo, y no hay nada de genialidad en ello. Por momentos, la vida parece ser sólo una repetición, un capricho de la memoria obsesionada por revivir instantes que han sido decisivos en nuestra existencia, quizá, con el afán de no echar al olvido el conocimiento adquirido a través de la experiencia. “La felicidad es el arte de repetir” dijo alguien, alguna vez. Es probable que en el fondo sólo seamos eso, máquinas repetidoras (reproductoras). Si es así, el arte es una de sus formas. El recuerdo es un mapa cuya ruta final es el olvido, he ahí el por qué de la repetición. Repetir es andar sobre nuestras huellas, volver. Hoy me descubrí siendo un pequeño viajero que se ha sentado a la orilla del camino, por miedo, descubrí exactamente hacia dónde pretendía llevarme mi cuerpo, necio, conocía el camino, la hora en que debía estar pisando qué cielo, las brújulas en mis ojos ya apuntaban al norte, entonces, me detuve, supe de repente que sólo iba a dar la tercera vuelta en círculo. El día, éste, sólo tiene esa salida, y yo, por miedo, pequeño y triste viajero, he decidido, nómada, con seguridad quedarme en casa para no recordar...

martes, 19 de abril de 2011

El principio. Dibujo, hace 5 años.



Exploración

Ojalá no conservara uno nunca nada. Yo comenzaría así alguna novela, disgustada por el estúpido afán de la gente de guardar todo cuanto puede, todo cuanto sea un vestigio de que ha vivido lo que ha vivido, hablo de mi afán, también, por supuesto, y vaya que es estúpido. Hoy he decidido emprender una tarea inacabable en una noche: escombrar mi habitación. Mi madre dice que acumular cosas es construirle un hogar al demonio. A veces le creo, hoy le creo al advertir lo diabólico que es esto, cuando veo que por más que lo intento no logro poner en orden mis papeles y mis libros, tampoco la ropa. Una noche de curiosidad literaria basta para echar al piso una hilera de autores consultados en serie y desorganizadamente; basta una noche de nostalgia para sacar y releer papeles que lo hagan recordar qué pensaba uno en aquel entonces, para cubrirse con pilas y pilas de hojas que después no sabrá dónde reacomodar. Así es siempre. Así soy siempre. Qué horror. No, ojalá no conservara uno nunca nada, para que no se acordara que existió, eso y ese momento. Me pregunto a mí misma ¿cuándo fue que me nació esta obsesión?

Diario (colección de estampitas)

Las flores se han secado, los claveles rojos y blancos que mandé comprar con mi hermana al mercado hace una semana, aún se hunden sus raíces en el agua que contiene el frasco alto de cristal que les improvisé como florero; y aún siguen en pie fingiendo que no se han secado, mirando en lo alto a la Virgen de Guadalupe que no sé por qué conserva mi madre desde hace años, cuando nunca ha sido del todo creyente. También se secaron las rosas pero los claveles secos son los únicos que siguen en la cocina a manera de ofrenda. Los pedí pensando en Otilia. Afuera está lloviendo. Llegué temprano a casa, mi madre no fue a trabajar, la encontré de espaldas, frente a la máquina de coser, cosiendo o ajustando un pantalón blanco, los perros estaban a su lado, me sonrieron moviendo alegres la cola. Mis hermanos me han contado que fueron a comer a La casa de Toño, me hubiera gustado comer con ellos, hace tiempo que no; me cambié y me decidí a escribir, los jeans por un viejo y holgado vestido negro. He bajado a la cocina para preparar un café, mi estómago está resentido, los borregos me ven y balan de hambre, les sirvo un poco de alimento pero parece que no es suficiente, y vuelven a balar, subo, me pongo las botas, tomo la escoba y barro la mierda del chiquero, la lluvia tiene sus desventajas; mientras barro, pienso. El agua para el café está en la lumbre. La tarea no cesa. Tardo, saco del costal la hierba sobre la superficie más seca, los borregos hambrientos se le echan encima, comen. Entro a la casa, me limpio las botas, me lavo las manos. Apago la lumbre y preparo mi café. Subo a mi cuarto, escribo y desde mi ventana veo cómo cesa la lluvia y el sol sobre los vagones de ferrocarril, mágicamente, comienza a resplandecer.















sábado, 16 de abril de 2011

De la resignación


A R.

Aquel que ha perdido todo, tiene que resignarse. Hay, entonces, ante la pérdida de lo que una vez creímos nuestro, una especie de sumisión que aspira a la cura del espíritu enfermo de desesperación, angustia, dolor; a encontrar en la resignación un consuelo que nos permita seguir viviendo. Hay que renunciar, hay que entregarse a la voluntad del otro, el dios, el tiempo, la vida, la muerte..., el destino, o aquello que nosotros mismos construimos; no como una muestra de debilidad sino de buena conciencia acerca de lo que le está vedado, por ley, a la nuestra, y en la medida que ésta nos quede, la voluntad, elegir renunciar con el deseo y el recuerdo a aquello que no nos pertenece más sino a través de ellos. Asumirnos como aquel ser sin ser aún, desprovisto y desnudo, que vino al mundo gimiendo, y que así, desprovisto y desnudo, habrá de irse de él, también, gimiendo. Hay que resignarnos, irnos desamando, desnudando, quedando solos; hay que prepararnos para estar el uno sin el otro, sin dios, sin tiempo, sin vida; hay, pues, amado mío, que prepararnos para la muerte que se anuncia, tú lo sabes, con cada pérdida, con cada partida.

jueves, 7 de abril de 2011

Reconstrucción de lo hecho

Reconstruyo una caja, es una caja china, de cartón, a la que no había dado importancia hasta esta noche. Es el estuche de la lámpara que mi padre me prestó para llevarme a la playa el día de mi cumpleaños, una de esas que tienen resortes anchos para enredarse a la cabeza y sujetársela contra ella, y así, cuando la usemos, la encendamos, podamos ver en la oscuridad lo que se avecina ante nuestros ojos. Un tercer ojo de luz de alógeno que la improvisación, y la falta de batería, no me dejó usar en aquel desastroso viaje. La caja estaba tirada en el piso de mi habitación hacía tiempo, pues hacía tiempo que yo misma la había dejado junto a la lámpara, en el piso, con la idea de recogerlas más tarde e ir a entregarlas con agradecimiento a su dueño. Cosa que no hice pues no fue sino mi hermano quien la recogió para usarla un día sin luz. Hace poco vi que mi padre tiene ya la lámpara guardada en su cuarto, aunque sin estuche. ¿A quién chingados le importa una caja de cartón? A nadie, por supuesto —me contesto—. Después, ante la inútilidad que le advertía, estuve a punto de tirarla a la basura, pero alguna otra distracción me lo impidió. Esta mañana sin querer la pisé y se rompió: se aplastaron y desgarraron sus paredes. El cartón no es frágil, sí, poco resistente. Hace un rato apenas, ya que la vi rota, la iba a levantar y echarla a la bolsa de basura. Entonces, me vino a la mente el estado en que mi papá me dio ambas cosas: una lámpara nueva guardada en su caja nueva (aunque no lo parezca, me molesta ser así con todo, o casi todo, descuidada y valemadrista). De modo que no tuve otra opción, dadas las condiciones de ánimo en que me instaló la conciencia y el buen juicio, la levanté y fui por cinta mágica tratando de remediar el asunto, remodelé sus contornos y fui pegándolos. La imagen y la consistencia del material no es la misma, a pesar de estar haciendo mi mejor esfuerzo. Ahora he ido por cinta canela, recorto pequeños trozos y los coloco sobre la cinta mágica y las partes dañadas, sobre la fotografía del chino que la anuncia como un producto maravilla, las instrucciones de uso, y sobre lo escrito acerca del producto: consumo, tensión, frecuencia; recuerdo cuánto me gustaba y me tranquilizaba hacer manualidades —mucho antes de que, siquiera, supiera que la palabra tiene sentidos vulgares y divertidos—, cuando a mis 12, o desde mis 12, iba a talleres de velas, fomi, repujado…, y demás porquerías, talleres para hacer basura que luciera kitsch y bonito, pero naco (éste, por supuesto, es un juicio presente). Ahora que lo pienso, hace mucho que no ensayo esa increíble facultad que tengo para crear “basura bonita”, y, por tanto, que no la regalo, pues ése era su mayor sentido. Mi "ingenio manual"se ecuentra atrofiado por la visión práctica del "¿para qué hacer cosas que irán a parar a la basura, y que de nada y para nada sirven, sino para estorbar y hacer bulto?" Vuelvo. He acabado de pegar los pedazos de cinta canela en la caja que luce más sólida, y absurda ¿A quién chingados le importa una caja de cartón, y, encima, china? A la culpa, señores, a la culpa (me parece vergonzoso que a mi edad siga siendo una descuidada, actitud que he encubierto constantemente llamándola “la maldición de los regalos” (muy digna de otro apartado)), bueno, en realidad a nadie le importa la caja sino su significado. Termino, la dejo sobre el escritorio. Observo: la ridícula caja de cartón, china, doblemente parchada. Pienso en mi padre. La tomo de nuevo, la abro y miro el vacío, lo único que queda cuando uno se da cuenta de que no puede recuperar la belleza de aquello que destruyó nuestra fuerza, quizá, nuestra indiferencia; y de algo que pronto, con seguridad, también destruirán, esta vez ya irremediablemente, las máquinas trituradoras del olvido.


Jueves, 7 de Abril, 2011. 2:oo a.m

lunes, 4 de abril de 2011

¡Feliz aniversario!

Si bien recuerdo, hace un año creé este blog (la fecha no debe ser exacta pero sí muy cercana) con la única intención de tirar mierda al vacío, si es que así lo puedo llamar ahora. Lo que más se asemeja al proceso de creación, a mi parecer, es cagar, esto lo he reiterado en diversos textos escritos los últimos cuatro años, los cuales aún no me ha dado la gana poner aquí. En realidad mis textos no son más que eso: mierda mental.

En consecuencia, el palo en tu culo hundido es, para usted que no lo sabe, el significado exacto de la ira que me hervía la sangre el día que abrí esta página. Aunque más tarde, ya en la tibieza, habrían de cambiar mis convicciones (no mis obsesiones), de modo que, apesumbrada por la altura y la dureza que iba adquiriendo la parte inferior de mi almohada, lo convertí en un museo a mi mediocridad frente a la escritura y, por tanto, frente a mi vida, que corre paralela a ella. Por eso no suelo dar la dirección de este lugarsucho a nadie, o casi nadie, no a quien no quiera mostrármele tal como soy por alguna razón que seguramente desconozco. En no pocas ocasiones he pensado en cambiar el nombre, pero no lo hago porque es un recordatorio a mí misma, del día en que pensé, también, que la sodomía intelectual sería lo que me salvaría de albergar tanto odio, pero, como es evidente, no lo logré.

Digo entonces que a un año de estar infrecuentemente lanzando municiones, mis amargos lectores se reducen a uno sólo (Yo), mi escritura permanece en el anonimato como consecuencia de la mediocridad que la caracteriza..., y una serie de etcéteras que omito por más pereza que por cautela...

¡Demos, pues, un aplauso a su intento fallido y deséemos larga vida a este blog que tanto, querida lectora, la fastidia; quizá después estas palabras que hoy teclea decepcionada la harán morirse, ya lo creo, de la risa!


¡Salud!

sábado, 2 de abril de 2011

R

En un estado de eterna vigila pienso en el sueño, sin más significado que deseo puro de dormir, de conciliar el sueño en su pureza exacta, de mecerlo en mis párpados, cubierto de nada. Mientras me baño, y cae el agua sobre mi cuerpo, vuelvo al recuerdo. R y yo después de una horrorosa noche en un bar incómodo: sillas altas de madera, bancos, paredes color naranja, gente vieja jugando ser joven, sus amigos; caminamos por la Roma, son las 2:00 a.m, las calles oscuras se visten de casas antiguas e imponentes. Frente a una bodega, R se detiene, me detiene y me pregunta si veo lo mismo que él. Contesto que no. Dice que hay una mujer llorando al fondo de la puerta apenas iluminada. Yo volteo —no la veo— sonrío, le digo que no invente, y sigo caminando. Hay una sonrisa burlona en su mirada. ¿Ve acaso él más que yo? Me alcanza, me toma con fuerza de la mano (yo nunca tomo a nadie de la mano) y seguimos por Insurgentes. ¿Y qué tal si yo te veo a ti y los demás no? —le pregunto—, ¿Y qué tal si no existo; qué diferencia habría? —contesta—, Ninguna, sólo no tendría sentido que yo esté caminando a estas horas, por estos rumbos —termino—. Los taxis se orillan en busca de pasajeros, son las putas que me ofrecen sus servicios, luces neón en cada semáforo, el sonido de los autos frenando y arrancando, vagabundos husmeando en los basureros, personas que me lanzan sus ojos como carnada. Todo va adesertándose, hotelándose. El viento, casi helado, arremete contra las palmas de mis manos. Mis tacones suenan pesados a cada paso. En mis pupilas el verde, el amarillo. Rojo. Un pensamiento me atraviesa como una bala. Me detengo, pego un taxi, y pienso en lo absurdo que fue, hasta esa hora, estar caminando sola por esas calles en vez de regresar temprano a casa. Suelto una carcajada. Cierro la llave, vuelvo a reírme, y tomo la toalla.

sábado, 26 de marzo de 2011

Exilio (Notas del deseo)

Hoy me parece uno de esos días en que ni uno mismo puede seguir el rastro a su propio pensamiento, y apenas da unos pasos detrás del único que deja un vestigio en la sangre, a través del deseo. Hastiada por el calor, los quehaceres diarios, vulgares: preparar comida, lavar ropa, trastes, barrer, sacudir, desempolvar libros, dar de comer a los animales — éste sí, reconfortante—; aburrida de la gente y la rutina, quisiera desterrarme a un país en el que el frío impida hasta bañarse, un lugar donde no sepa qué se habla ni cómo se habla, y así cuanto pueda decir, toda palabra, se interprete como una barbaridad, un balbuceo; donde nadie sepa quién soy ni qué hago ahí, ni se interese por saberlo, ser una más que, para ellos, siempre será menos; donde no haya sino paredes frías, pisos fríos para acostarse a mirar el techo, un techo alto pudriéndose de tan viejo, y que sea la música todo lo que escuche en ese perfecto exilio de no saber nada, de ignorarlo todo, y no querer saberlo. Limpiar la mente de afectos y persuasiones del deber, que nunca está satisfecho. Poseer un suéter, un par de jeans y eso sí, dinero —jamás se podría hacer nada de lo que digo sin ello—. Ése, creo, ante mis ojos, sería el espacio perfecto para escribir algo, quizá, no valioso pero sí bello.