El cuerpo también recuerda, y es quien se resiste, con mayor fuerza, a olvidar. Hace más de un año que escribí esa frase, y curiosamente conservo intacta la razón por la cual lo hice. Lo afirmo, y no hay nada de genialidad en ello. Por momentos, la vida parece ser sólo una repetición, un capricho de la memoria obsesionada por revivir instantes que han sido decisivos en nuestra existencia, quizá, con el afán de no echar al olvido el conocimiento adquirido a través de la experiencia. “La felicidad es el arte de repetir” dijo alguien, alguna vez. Es probable que en el fondo sólo seamos eso, máquinas repetidoras (reproductoras). Si es así, el arte es una de sus formas. El recuerdo es un mapa cuya ruta final es el olvido, he ahí el por qué de la repetición. Repetir es andar sobre nuestras huellas, volver. Hoy me descubrí siendo un pequeño viajero que se ha sentado a la orilla del camino, por miedo, descubrí exactamente hacia dónde pretendía llevarme mi cuerpo, necio, conocía el camino, la hora en que debía estar pisando qué cielo, las brújulas en mis ojos ya apuntaban al norte, entonces, me detuve, supe de repente que sólo iba a dar la tercera vuelta en círculo. El día, éste, sólo tiene esa salida, y yo, por miedo, pequeño y triste viajero, he decidido, nómada, con seguridad quedarme en casa para no recordar...
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