Como a un trofeo quieto sobre su pedestal, lo observo con el orgulloso embeleso de quien mira el páramo enrojecido por la sangre húmeda que vertió el cuerpo desmembrado de su enemigo.
Su carne desnuda, envuelta en mis sábanas, suda gotas de luz, y exhala con fuerza aún el turbio aroma del trabajador que la jornada, día a día, acaba.
Estoico, inmóvil, yaciente, me da la sensación de ser un ente inanimado, hecho únicamente para el deseo, la soledad y el consuelo: un objeto sin nombre, sin edad ni sexo; existente sólo como un medio. Sin embargo tiene la capacidad para hacerme recordar todo, lo que no es: todo.
Frente a él, ya limpia de sus besos —cruel—, fumo, bebo, recuerdo y comienzo a dudar de su carácter de trofeo, de haber ganado esta noche la batalla por haber saciado mi hambre —sed de hombre— con su cuerpo, sólo por tenerlo aquí, recostado, aniquilado: mío, sin más reparo.
Dudo pero siento, recordando en presente, la belleza de dar muerte a alguien que no es, en esencia, pero que representa: carne joven, tibia, complaciente; y que hace ante mis ojos de la noche el páramo que se oscurece, cuando la sangre del enemigo en él vertida, cede: deja de ser río y se convierte en cauce; para tras un instantáneo letargo, rendida, al fin, secarse.
Noviembre 2010
Estoico, inmóvil, yaciente, me da la sensación de ser un ente inanimado, hecho únicamente para el deseo, la soledad y el consuelo: un objeto sin nombre, sin edad ni sexo; existente sólo como un medio. Sin embargo tiene la capacidad para hacerme recordar todo, lo que no es: todo.
Frente a él, ya limpia de sus besos —cruel—, fumo, bebo, recuerdo y comienzo a dudar de su carácter de trofeo, de haber ganado esta noche la batalla por haber saciado mi hambre —sed de hombre— con su cuerpo, sólo por tenerlo aquí, recostado, aniquilado: mío, sin más reparo.
Dudo pero siento, recordando en presente, la belleza de dar muerte a alguien que no es, en esencia, pero que representa: carne joven, tibia, complaciente; y que hace ante mis ojos de la noche el páramo que se oscurece, cuando la sangre del enemigo en él vertida, cede: deja de ser río y se convierte en cauce; para tras un instantáneo letargo, rendida, al fin, secarse.
Noviembre 2010
cuerpos que yacen...cuando el letargo sea profundo solo debe concluirse con mayor gusto de victoria... brindemos por las muertes que dimos!!
ResponderEliminar