Anagnórisis
A un exhumano,
que se convirtió en “Doctor”
Sé dónde me encuentro
porque sé dónde te encuentras.
Sé que no estás desnudo y que no estás dormido,
y que no ríes para alegrarle la vida a la tristeza,
y que no lloras sobre la soledad
matándola de hambre.
Sé que alucinas y hablas en voz alta,
y que si abres las piernas es para apoyarte, y no pisar a las hormigas,
sé que el reloj que pende de tu muñeca izquierda te persigue,
y que personal jesus es la canción que has recordado para siempre
(que las manos te tiemblan y pretendes,
sentado a la derecha del padre,
que alguien crea en el disfraz absurdo
con que vistes tus ideas. Sé que escribes
y que tu belleza (inexistente) anula tu inteligencia,
y que has puesto sobre tu nombre, por si a alguien no le consta,
una frívola corona que con títulos lo adorna, y también
que gracias a esa causa están las luces apagadas
en el estrecho callejón de tu mirada.
Y que no me miras, y que si me miras me ves como a un fantasma,
y que tampoco ya me piensas —tal como pensaba—).
Sé todo de ti —por ahora—.
Detenida en una tertulia literaria de la plaza luminosa,
llena de palabras,
algo dentro (de mí) se deja asesinar;
aquí, en la calle abierta, todo es un camino
con flechas que me indican la salida.
15 de octubre de 2010
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